COMPÁS DE INCENSARIO.
Título: “No fue una tarde cualquiera…”

Aquel hombre con arrugas en el alma, en el cuerpo y en el corazón, me emocionó una tarde de esas de primavera que tanto deseamos y echamos de menos en estos tiempos convulsos y desesperantes. Yo lo vigilaba entre la muchedumbre porque desde un primer momento me había llamado la atención su preocupación, su gesto pintado por la emoción, su fuerza interior, la sensación que me dió es que iba dentro de ese arca de plata que brilla en la tarde donde la luz y la esperanza por el nacimiento de una nueva vida, llena de encuentros, se despierta antes de las seis de la tarde. La antiquísima espadaña de aquel antiquísimo joyero arquitectónico contemplaba como se marchaba entre vítores un palio azul noche estrellada que cumple 50 años peregrinando por los días grandes de las grandes esperas y los grandes recuerdos. En la primera explosión de júbilo, mi personaje, arrancó un olé y un vámonos, mientras tocaba el manto de su primer amor, ese que nunca se olvida aunque el tiempo se empeñe en hacernos olvidar. En ese momento vi lo que somos hoy, vi que hay que amar sin condiciones, sin exigencias, sin aspavientos, sin grandes alocuciones, sin reservas, amar en mayúsculas. Ese hombre me hizo entender esa tarde tan hermosa, que pase lo que pase, Ella y solo Ella es el fundamento de lo que debemos ser y sentir. Mi anónimo personaje con su actitud, me hizo comprender que ya había merecido la pena estar allí y volver a vivir una nueva vida en siete días, una nueva experiencia para envolverla en tisú de oro dentro del cofre inabarcable de nuestros recuerdos. Él en el arranque de “Como tú, ninguna”, esa sinfonía emocionante que te hace explotar el corazón sin que puedas remediarlo, lanzó un leve grito a su gente. En ese grito estaba su corazón malva, sus decenas de años como cargador de Ella, estaba su ciudad que la esperaba un año más con los brazos abiertos, estaban sus hijos, sus nietos, sus pesares y sus alegrías. Yo quede conmovido entre el bullicio, la música y la imaginación que me hacía ir en volandas en busca del horizonte que ya venía amenazante en la lontananza. Yo valoré en ese preciso instante que aquel “hombre de fe y de abajo” no estaba necesitado de nada más en ese momento, no le hacían falta más joyas, ni más orfebrería, ni más flor, ni más cera, ni más música, ni más gente, ni más olor, ni más cortejo, ni más capuchones alejándose como los viejos amores, ni más nada, lo tenía todo o eso quise entender. Lo tenía todo dentro de su corazón, su pasión que es la nuestra, su amor a la cruz, su alma henchida de gozo. Aquel hombre anónimo, esa tarde me hizo valorar lo que somos sin grandes titulares. Él vió como su sueño y su primer amor habían comenzado una vez más la tarde más bella del año. Él vió como la sangre de su sangre iba en el sitio dónde él se habia dejado la sangre toda su vida, en ese recuadro de madera y fe dónde 28 hombres se hacen uno para demostrarle al mundo que unidos somos más y mejores. La tarde empezaba a consumirse, yo entendí lo que soy y lo que quiero ser. Pero como aquel hombre despojado de grandeza me hizo entender que solo se necesita sentir dentro de ti y lo más importante, aprender a sentir sin recibir nada a cambio, que lo que sientas no venga de lo material, sino de lo humano y lo divino.
No fue una tarde cualquiera, fue una tarde de Domingo de Ramos en la puerta de la Soledad, no fue una tarde cualquiera, fue la tarde en la que gracias a aquel hombre entendí que la belleza está dentro de uno mismo y corre por tus venas como un huracán hambriento de corazones.

Artículo inspirado en un encuentro improvisado con Rafael Mora Guijarro un Domingo de Ramos.
Eduardo Luna Arroyo
Director de Radio La Manigueta.