COMPÁS DE INCENSARIO.
“Noche oscura de Jueves Santo”
Nada en mí hacía presagiar mi encuentro contigo, ni me lo imaginaba, ni sospechaba que mi corazón iba a sufrir un atraco de sentimientos a mano armada. Entré en tu capilla y allí estabas Tú, entre la sangre y la gloria, entre el dolor y la alegría, entre el gozo y el sufrimiento, entre el amor y la belleza, entre tus ojos y los míos, entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la incertidumbre, entre Tú y yo sólo había un puente de fuerza imperturbable que me rompió sin piedad. Me dejaste roto y aún hoy, pasadas las horas, siento como arde en mi interior una llama inagotable al recordar ese encuentro contigo, tras tu vuelta después de un tiempo de “orfandad” dónde el vacío de tu espacio era el hueco que abriría la cerradura de mi corazón en una fría tarde de diciembre. Me desnudaste en la penumbra, me vaciaste de amor, me clavaste Tu mirada y yo caí rendido, no pude ni moverme, la respiración era corta e intensa y el dolor interior me hacía creer más en Ti, creer más en tu divina providencia. Compadecete de mí, Cristo de mis oscuridades humanas y espirituales, despójame de mí frágil humanidad, auxiliame en las noches de oscuridad y en los días nublados con presagio de tormenta, acaricia mi miserable ser humano y conviértelo en un instrumento de lucha e infinitos atardeceres quebrados por el orgullo, cobijame bajo Tu Cruz cuando lo creas oportuno y haz que mi sufrimiento sólo sea el gozo de mis culpas y el fin de mis torpezas. Estabas allí, sin nada, sólo, para mí, sólo para mí. Te conté algo que Tú ya sabías, te expliqué algo que Tú ya entendías, te pedí algo que Tú sabías que necesitaba, te quise dentro de mí y entraste como un huracan desbocado, como una tsunami de fuerza interior imparable. Sólo estabas Tú, no hacía falta nada más, tú sóla presencia era suficiente para apretar mi corazón con Tus manos crucificadas y hacerlo añicos para reconstruirlo de nuevo. No había antorchas, ni mis hermanos iban de negro y rojo, ni había escalofríos de relente, no había incienso ni naranjos en flor, no estaba Sor María asomada al coro porque ella vive contigo en la gloria eterna de Cabra, ni sonaban los bombos roncos, no había cirios para alumbrar la vida de tu paso, ni monaguillos, ni motetes, ni había insignias que anunciaran tú presencia en la oscuridad de noches con perfume de muerte, ni estaban mis amigos de siempre, los que respeto y respetaré toda mi vida. Pero en Ti se resumía todo, en Tú inmensa presencia y en la cuenca de tus ojos que expresan el dolor y la gloria de todos los que te han querido y te querrán. Me encontré contigo y me dejaste sin armas, sin voz, sin aliento, sin pensamientos, sólo tenía ojos para ti, sólo tenía labios para pronunciar la oración que Tú nos enseñaste, clavaste una daga de fuego en mi corazón para siempre y no pude remediarlo, ni quería. Roncos sonidos que anuncian la muerte atravesaban la puerta de la Fundación Termens en una noche oscura de Jueves Santo en la que sólo estabas Tú sobre los hombros de tus hermanos y el sonido estremecedor de los motetes que son un canto nuestro y una calurosa caricia en la noche triste y ténue del Jueves Santo. Pero todas las noches que me encuentro contigo son noches oscuras, yo en mi particular oscuridad, Tú dándome la mano para buscar la luz del camino, yo en un pozo, Tú sacándome de el, yo desviando mi senda, Tú poniéndome una más cerca para no perderme, yo saltando al vacío, Tú sosteniéndome antes de llegar al fin, yo vacío, Tú llenándome, yo roto, Tú recomponiendome, yo triste, Tú buscando una persona para hacerme reír, yo soportando tormentas, Tú poniéndome un refugio de caridad y perdón, yo buscándote cuando estás a mi lado, Tú cogiendo mi mano para llevarme a tu encuentro en una “noche oscura de Jueves Santo”, Cristo de la Expiración.
Eduardo Luna Arroyo
6/12/2021.